Qué lindo es estar en casa, con un árbol de navidad frente a mí, con todas las luces que veo como bokeh (Gracias por la magia, querida miopía), mi gato durmiendo y atento al mismo tiempo, con tanto silencio y comiendo un montón de mandarinas. Ese es el cuadro de hoy, mientras veo fotografías de meses, semanas anteriores. Cuántas ganas de volver, cuántas ganas de que los amigos no se vayan.
Me cuestan las despedidas, demasiado. Tal vez por eso he aprendido una mecánica de autodefensa, en la que no hago drama alguno y todo transcurre como si nada pasara, en la que parezco tremendamente fría, pero es mentira, en realidad sólo reacciono tarde y cuando pasa el tiempo, a veces justo cuando doy vuelta a la esquina, comienzo a extrañar. Y es que, la depresión post-viaje también la vivo cuando yo no soy la viajera. Podrá parecer ridículo, pero no he encontrado otra definición, son los mismos síntomas, la misma sensación de no querer aterrizar.
La Ciudad de México, sobre todo el metro, ha sido testigo de mis últimas despedidas, desde un abrazo tímido antes de bajar por las escaleras, separarnos, ir cada uno en direcciones contrarias de la misma línea y alzar la mano desde el otro lado de la vía, sabiendo que puede ser la última vez que estemos tan cerca, o un fuerte y rápido abrazo dentro del vagón, el sonido de la puerta insistente y apresurando toda nostalgia y lágrima que se puedan asomar en ese momento, salir corriendo, subir las escaleras y voltear a ver que el tren se está yendo, o hasta un beso inesperado en el marco de una puerta, sin palabra alguna, sólo tomándome de la mano, pero que inevitablemente estaba anunciando ser el último beso en esta parte del mundo.
¿Cómo nos podemos reponer de las despedidas? Esta vez no era yo quien sacudía su mano desde el autobús, prometiendo volver, ni yo en la sala de espera de un aeropuerto, con mensajes de despedida en el celular. Esta vez yo me quedaba, yo los veía partir. Y no tengo la respuesta a la pregunta, ni tengo soluciones mágicas, al contrario, tengo un montón de preguntas más ¿Cómo pude generar vínculos emocionales tan estrechos con personas que he visto pocas veces? ¿Por qué extraño tremendamente los momentos que pasé con cada uno de ellos? ¿En qué momento deja de ser la añoranza por los buenos tiempos y comienzo a preocuparme? No lo se. Tengo una conexión y un lazo imaginario con muchas personas y cosas alrededor del mundo, y creo que por hoy las preguntas sin respuesta tienen un nuevo sentimiento de agradecimiento.
Precisamente me ha llegado un audio en whatsapp de un amigo que mágicamente se ha acordado de mi. Esas casualidades de mi vida. Creo que a pesar de la distancia y de todas las despedidas, nos quedan más momentos por crear que por extrañar. No lo se, esa puede ser una respuesta. Mi gato ha despertado por completo y necesita de mi atención, y yo necesito de su suave pelo. Así que acá paro de escribir. Gracias por leerme.
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